portada89

Unión y Defensa

 

Conocemos el desenlace: no sólo Moctezuma sino Zuangua (y su sucesor como canzonci, Tangáxoan) sucumbie-ron a la invasión castellana y murieron en poder de Hernán Cortés y del terrible Beltrán Nuño de Guzmán.

La deplorable admonición nos ha enviado un mensaje claro desde hace cinco centurias: cada que hemos privile-giado la desunión, el egoísmo y la polarización hemos fracasado en la defensa de nuestra domus.

En efecto, no fue sino hasta que los mexicanos nos pusimos de acuerdo para terminar esa auténtica guerra civil que fue la guerra de Independencia que consumamos la emancipación en 1821.  
Trescientos años antes, el 13 de agosto, día de San Hipólito, cayó la gran México-Tenochtitlán tras el asedio de Cortés y sus huestes aliadas. Por ello es que el primer templo de la ciudad hispánica, que ahora se ve repleto de fieles de San Judas Tadeo los días 28 de cada mes, lleva el nombre del soldado romano, mártir del cristianismo.

Cada 13 de agosto, entre 1522 y 1820, se recordó la erección de la nueva ciudad sobre los restos de la gran metrópoli mexica, que al caer estaba a punto de cumplir sus primeros doscientos años.  El alférez real de la muy noble y leal ciudad paseaba el pendón de Hernán Cortés, y algún orador ad hoc (fray Servando Mier fue uno de ellos en la última década del siglo XVIII) recordaba los hechos e hitos no sólo de castellanos, andaluces y extremeños, sino de mexicas, tlaxcaltecas, tlatelolcas y tecpanecas.  

En el fondo, más que recordar triunfos o lamentar derrotas, lo que se conmemoraba cada 13 de agosto era el resurgimiento de la ciudad llamada a integrarnos a todas y a todos en torno al apasionante proyecto que se llamó, y se sigue llamando, “México”.

El 13 de agosto de 1847 la Ciudad no estaba para celebrar nada. Un nuevo invasor aprovechaba nuestra desunión y se anunciaba por entre las lomas de Padierna y las ciénagas de Churubusco. Carlos María de Bustamante lo intuyó con perfección al titular su crónica de aquellos aciagos días El nuevo Bernal Díaz del Castillo. 

Xicoténcatl, el apellido del coronel que, descendiendo del gran príncipe tlaxcalteca, se cubrió de gloria como el soldado Hipólito, sólo que en Chapultepec y al frente de un batallón de la nación mexicana, el de San Blas, debería hacernos reflexionar en torno a la importancia de permanecer unidos en las cuestiones fundamentales, robustecidos frente a las amenazas externas y decididos frente a las mafias internas. En efecto, un nuevo Bernal Díaz nos sub-rayaría ahora que son los ingratos polkos y los traidores que brindan en el Desierto, mucho más que las bravatas extranjeras y las discusiones interiores -muchas de ellas válidas pero que en cuestiones de Estado requieren unidad en la conciencia y en la buena fe- los que ponen en riesgo la integridad y la dignidad de la Patria.

Tendamos todas las manos que sea posible juntar para pactar, en las cuestiones de Estado, que hemos de estar unidos, alertas y propositivos. Lamentemos como propias y comunes las desgracias que enfrentan las profesoras jubiladas secuestradas y asesinadas, los pequeños utilizados y ejecutados como garantías prendarias de créditos ilegítimos, la  gente que carece de justicia independiente y eficaz, los niños que mueren de cáncer todos los años porque se les quitó la ayuda y nuestros migrantes descalificados y perseguidos como delincuentes: el pueblo que sufre dentro y fuera de la casa común.

326 años y un mes después de la caída de México-Tenochtitlán, el 13 de septiembre de 1847, cayó México-Chapultepec en manos de un ejército extranjero. No permitamos que vuelva a pasar.  No consintamos jamás que un mexicano vuelva a decirle a otro, indolente e insolidario, “que cada quien cargue con sus muertos”. 

Search