portada82

La Nomenclatura de la Nomenklatura

 

Frente a las amenazas que pretenden redefinirlo todo, incluso los espacios geográficos, conviene cuestionar la utilización del lenguaje para ocupar vertientes que debieran utilizarse para ampliar las zonas de los derechos y
no de las restricciones. Mucho menos de las violaciones a las prerrogativas atinentes a la condición humana.

La unidad, sí, es indispensable para hacer frente a la bravuconería y la discriminación, pero partiendo de un ejercicio de autocrítica tan valiente como impostergable: ¿o es que no hemos empleado la violencia hacia los conceptos tanto como ahora la utiliza quien pretende hacernos daño? ¿No hemos llamado “carrera judicial” al catálogo de funcionarios que, precisamente, no tendrán la potestad de juzgar? ¿No hemos subordinado la Constitución a lo que los legisladores en sede ordinaria deseen e instruyan? ¿No hemos proscrito de la categoría “pueblo” a quienes no piensan como nosotros? ¿No hemos maltratado a los migrantes en nuestra frontera sur y hemos permitido que nuestro territorio se convierta en un árido, seco y terrible Estrecho de Gibraltar, nada más que ubicado en la Tierra Media americana? ¿No nos ha parecido en más de una ocasión que “interrumpir una vida” no es lo mismo que “asesinar”?

¿No hemos llamado “delincuente” a quien ha incurrido en una conducta tipificada como delito, como si delinquir pudiera imprimir un carácter indeleble y definitorio? ¿No hemos bautizado, con pompa, como “prisión preventiva oficiosa” lo que en realidad es una privación de la libertad cautelar pero injustificada? ¡Y cuántos ejemplos más pudieran ocurrírsenos!

Confesémoslo: hemos utilizado el temible instrumento de la voz legal para beneficiarnos y, justo hoy, cuando las fronteras del país más poderoso del mundo se nos cierran, cuando habrá que “renegociar” mucho antes que “revisar” un tratado que en buena medida parece la ley fundamental de nuestro desarrollo, cuando se tachará de “terrorista extranjero” a todo aquel que pueda siquiera presumirse que realiza cualquier género de intercambio con el crimen organizado, cuando la gran potencia saldrá de la Organización Mundial de la Salud y denunciará el Tratado de París, más nos valdría preguntarnos si la solidez de nuestras instituciones será suficiente para resistir y defender a nuestras poblaciones más marginadas y vulnerables.

Como toda crisis, la de nuestro tiempo se colma de posibilidades. Para alcanzar la añorada unidad parece llegado el caso de dejar atrás diferencias y cegueras, robustecer nuestro compromiso -largamente olvidado- con la verdad, reconocer en el otro la condición indispensable para el diálogo, tender la mano, generosa, para la defensa común pero exigir, a cambio, que paren de una vez la devastación institucional, el desmontaje de nuestra transición a la democracia y la simulación en materia de división de poderes.

Y es que acaso ha llegado el tiempo de arrostrar con valor y honestidad intelectual la posibilidad de redefinir las coordenadas generales de nuestro disfuncional hiperpresidencialismo para evitar que, al menos en México, el platónico “verdadero obrero de nombres” sea simplemente quien más poder atesora y quien menos compromiso con las libertades manifiesta.

Search